UN MUNDO PERDIDO


El terreno era tan viejo y pequeño que las cosas fácilmente era halladas sin siquiera usar sus nombres, los cuales parecía que estaban siendo cuidados para prolongar su vida.
El coronel Aureliano Buendía recordaba cuando su abuelo lo llevo a conocer las cenizas dejadas por la ferocidad de un volcán.
Macondo era entonces un pueblo simple, sencillo y humilde; con un mar cristalino y verdoso, arboles como montañas y ovejas como vacas.
Es increíble que aquel universo longevo y estrecho este convertido en ruidos agobiantes y edificios tan altos con luces que no dejan ver más, aquellas estrellas con las que creció Buendía.

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