UNA CENA PARA TRECE


Con el cuello adolorido y la cara aun marcada por la almohada, odie esa mañana al mensajero de corbata michí que me interrumpió mientras estaba durmiendo boca abajo para que el sol no me arranque el último hilo de sueño que me quedaba.
Firme sin ver siquiera el papel y me despedí con un ojo semiabierto y un imprudente bostezo de aquel sonriente sujeto; era un sobre dorado con una tarjeta azul cielo dentro, siendo esta una invitación a una cena celebrando el cumpleaños de Rodrigo, un amigo que no se dejaba ver hace mucho tiempo o tal vez yo era el que no me dejaba ver.
Sin leer el total contenido del sobre con brillos de oro me volví a la cama y batalle con unos rayos incólumes que obtuvieron fácilmente mi rendición.
Me duche y prepare un rápido desayuno que no acabe por ser ya tarde para ir a la universidad.
Regrese muerto de cansancio y sin pensarlo me abalance sobre mi cama estrellándome de cara contra la invitación de Rodrigo; la verdad no tenia entusiasmo de ir, pero las ganas de estar entre amigos me ganó; así que a las ocho en punto estaba clavado en la dirección que indicaba la tarjeta.
Salude a los otros invitados y me senté junto a un par que conocía en la amplia mesa con 16 sillas, no paso mucho para que 12 de los asientos estuvieran ocupados mientras que nuestro anfitrión saludaba y ocupaba el asiento número trece; Rodrigo hizo una señal y los mozos empezaron a traer cada plato, comenzando el festín entre amigos con conversaciones y bromas típicas alegrando el ambiente incluso alguien dijo que parecíamos “los trece del gallo” cenando todos juntos; en ese momento Rodrigo palideció peligrosamente.
Amanda, quien estaba más cerca de él le pregunto qué pasaba y tras una larga pausa nos conto que si en una mesa comían trece personas juntas en poco tiempo alguien moriría.
Luego de ese episodio más de uno, al igual que yo, rio por la historia de Rodrigo, sin embargo en el fondo cada uno de los trece invitados reza para que no tenga razón.

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